domingo, 3 de noviembre de 2013

Escritura


Los glifos: arte y escritura
De las tres grandes civilizaciones amerindias del momento de la conquista, los mayas desarrollaron el sistema de comunicación por signos más sofisticado. Los incas no tuvieron escritura, practicando un sistema contable y de memorización por nudos denominado quipus. Los aztecas dibujaban pictogramas de menor abstracción que los mayas. En cambio estos últimos practicaron los rudimentos de una escritura fonética. La escritura maya tiene afinidad con el sistema desarrollado por los zapotecas.
Los glifos componían un complejo sistema de escritura y lenguaje gráfico, integrado por más de setecientos signos, especiales para representar cualquier clase de pensamiento. Seguían un diseño altamente elaborado, y debían ser realizados con exactitud, a partir del dibujo de un recuadro con los bordes redondeados, con elementos enclavados en el interior, acompañados por una serie de signos ubicados en el exterior.
Atribuían poderes mágicos a sus dibujos y pictografías. Realizarlos era un modo de comprender el cosmos y la esencia de los seres vivos, inanimados, e imaginarios.
Escribieron sobre distintos soportes: piedra para los relatos dinásticos, papel para las profecías, la astronomía y el calendario. Usaron conchas marinas, cerámica para los relatos mitológicos, jade y madera, metal y hueso.
Cada soporte cumplía una función diferente. En los “libros de corteza” intentaban inscribir el sentido del tiempo. Las estelas y los monumentos servían para que los reyes afirmasen sus relaciones con los ancestros, explicitando la organización social y legitimando su poder a través de la narración de grandes batallas y conquistas. Las “escalinatas jeroglíficas” –como las del templo de Copán– vinculaban el ascenso y la pisada de cada peldaño con el lugar social de determinados difuntos, y con el tratamiento ceremonial que los mortales estaban obligados a otorgarle.
A diferencia de otras civilizaciones, no se han encontrado entre los mayas escritos estrictamente administrativos, ni registros contables.
Los escribas tampoco se dedicaron cuestiones mundanas. Todas las frases que se han logrado traducir refieren a asuntos dinásticos y sagrados.
En su Relación de las cosas de Yucatán Diego de Landa anotó el nombre de los días y los meses.
Como no existía un “alfabeto maya”, dicho cronista pidió a sus informantes una serie de equivalencias con el alfabeto español, pensando que le dirían las “letras”. En cambio, los indígenas proporcionaron la transcripción de palabras de sonido parecido a los nombres de las letras españolas. Por ejemplo, ac o “tortuga” para la letra “a”, o be, “camino, viaje”, para la letra “b”.


Los códices
Los códices se refieren al contexto cósmico de los dioses, permiten establecer calendarios y rituales.
Se destaca el códice de Dresden, denominado así porque se preserva en Sächsische Landesbibliothek de dicha ciudad alemana. Fue adquirido por el director de la “Libreria Real” en 1739. Los bombardeos de los aliados que destruyeron la ciudad el final de la Segunda Guerra Mundial dañaron el original. Los especialistas deben recurrir a las copias realizadas desde el siglo XIX para poder estudiarlo.
Narra la existencia de tres mundos anteriores, cada uno destruido por un diluvio. El primer mundo estaba habitado por enanos o “ajustadores”, responsables de la construcción de las ciudades en ruinas. Los enanos se petrificaron con el primer amanecer. El segundo fue habitado por “transgresores”, y concluyó de la misma manera, al igual que el tercero, poblado por los mayas. La llegada de los españoles llegó en el transcurso del cuarto mundo, el cual también será barrido por otro diluvio desvastador.
Con la ambigüedad típica de los conquistadores que destruyen y abominan lo que admiran, el obispo Diego de Landa cumplió con una extraña tarea: escribió la crónica europea mejor documentada sobre el Mayab, la Relación de las cosas de Yucatán. Simultáneamente, hizo quemar en 1531 los manuscritos indígenas que preservaban la memoria y el esplendor de los siglos anteriores.


El Popol Vuh
Conocido como Las Antiguas Historias del Quiché, es el libro sagrado de los mayas quichés de Guatemala. De autor anónimo, fue escrito a mediados del siglo XVI sobre la piel de un venado.
Constituye un intento de explicar simultáneamente el origen del mundo, la historia de los reyes y los pueblos de la región, y la catástrofe de la conquista española. Significados posibles del título serían “El Libro de la Comunidad”, “Libro del Común”, o “Libro del Consejo”.
En el Popol Vuh, los dioses creadores recurren a la pareja de adivinos formada por Ixpiyacoc e Ixmucané para llevar a cabo la creación, echando la suerte de los humanos quienes serán preparados por sus formadores y progenitores, los mencionados “abuelos” Ixpiyacoc e Ixmucané.
La parte central está destinada a narrar el viaje de Hunahpú e Ixbalanqué al Xibalbá. Estos gemelos se valdrán de la magia para derrotar a las fuerzas que gobiernan el País de los Muertos. En lugar de batallas y armas convencionales, ambos hermanos recurrirán al poder de la palabra sobre los seres invisibles.
Reza uno de sus párrafos trágicos: “Esto lo escribiremos ya dentro de la ley de Dios, en el Cristianismo, lo sacaremos a luz, porque ya no se ve el Popol Vuh, así llamado, donde se veía claramente la venida del otro lado del mar, la narración de nuestra oscuridad, y se veía claramente la vida”.

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